Uno de los álbumes más difíciles de reseñar este año por toda la carga emotiva que se le creó antes de ser lanzado. ¿Cómo será recordado este momento en la historia de la música? Todo el hype generado, la campaña de marketing del disco, el uso de las redes sociales para compartir información, los rumores, la filtración de «Get Lucky» y las primeras escuchas del álbum a través de iTunes. Muchos elementos que reflejan la forma en la que se escucha música en la actualidad y que dejan testimonio a las futuras generaciones sobre lo importante que para nosotros fue Random Access Memories (2013)… o lo que pudo ser (eso lo decidirá el futuro).
Para estos momentos sólo los despistados no han escuchado el disco, por tanto, son pocos los que aún no tienen sus juicios ya elaborados sobre la nueva obra de los franceses. Siendo así, de nada sirve ya ponerle calificativos al disco. Me limitaré a hablar sobre algunos aspectos básicos de la placa que no han sido tan abordados, para entenderlo de mejor manera.
El álbum es probablemente la culminación del proceso que los robots emprendieron desde hace varios años por convertirse en humanos, en un viaje de paso de lo digital hacia lo analógico, si se entienden los mensajes que ya nos dejaban vislumbrar en Human After All (2005) y Electroma (2006). Una transición natural que Daft Punk hace hacia una reivindicación de la música electrónica encaminándola a la era disco/funk y haciéndola un poco más orgánica. Por tanto, el mensaje escondido de este disco es la denuncia a la música electrónica actual que se encamina a avalar y alabar el lanzamiento de sencillos aislados olvidándose poco a poco de los álbumes de estudio y de la producción sincera y completa de un LP. Un paso arriesgado, pero que cualquier banda que se respete a sí misma haría.
El cambio de Daft Punk fue tanto semántico como musical. Lograron un quiebre que marcará el comienzo de una nueva etapa en la significación de lo que Daft Punk representa. Quiebre que probablemente no estamos preparados para enfrentarlo de la mejor manera, porque hasta estos momentos creíamos que la banda, de manera general, sólo hacía música para la pista de baile del hombre contemporáneo.
RAM es una pieza soft delicada en la que se dejan ver los gustos tan finos de Thomas Bangalter y de Homem-Christo, pero que deja un sabor agri-dulce por estar tan lejos de las canciones que nos cautivaron hace una década. Uno de esos álbumes que crecen con cada escucha que se le da, pero que queda a deber si se le mira con los mismos ojos que utilizamos para comprender Homework (1997) o Discovery (2001) (cosa que obviamente no se debe de hacer si se entiende lo que Daft Punk quería lograr: que RAM no se pareciera a sus hermanos).
Naturalmente, dentro de la apreciación del Arte, tendemos a considerar erróneamente que algo es «bueno» cuando se hace de la misma manera en la que se ha hecho siempre, y rechazamos lo que no ha sido explorado desde nuevas perspectivas. Puede que nos guste o no el álbum, pero tacharlo de «malo» es completamente absurdo porque cumple su función, con grandes creces, de cambiar las mecánicas con las que actualmente funciona la producción de la música electrónica.
Más allá de los gustos personales, no debe haber duda alguna de que RAM goza de un discurso sólido, una cohesión sonora redonda, una calidad técnica y de ejecución sorprendente, y un esfuerzo arduo en su realización (por ejemplo, tardaron semanas para elegir cualquier elemento que conforma el álbum, desde los efectos de los sintetizadores, hasta los colaboradores. Cada sonido que existe en el álbum fue pensado minuciosamente).
Un disco muy bien elaborado que deja claro que nos encontramos ante una pieza de maestros. Un trabajo extremadamente producido que muestra la determinación de los robots por hacer música más humana. Un trabajo atemporal que probablemente se aprecie mejor cuando pase el tiempo y nos demos cuenta que está totalmente alejado de las modas que imperan en la actualidad.