Porter ha sido una de las últimas bandas mexicanas que ha logrado cautivar de forma masiva e inmediata la atención del público gracias a sus hipnóticas y extravagantes composiciones creadas con mucho talento. Después de una separación, un reencuentro y el abandono definitivo del proyecto por parte del que era su vocalista Juan Son, la banda se ha reestructurado para lanzar su segundo álbum de estudio titulado Moctezuma con un nuevo integrante, David Velasco, en el papel de cantante.
Lo que llamaba la atención en el pasado de Porter era justamente la creativa interpretación de las influencias que habían marcado la adolescencia de sus integrantes. Air, Sigur Rós y The Cure, se escuchaban disfrazados en medio de un mar oscuro y alegre al mismo tiempo llamado Atemahawke (2007), primer álbum de estudio que fue suficiente para crear escuela y consagrarse en la escena nacional como una gran promesa.
Ahora, en su segundo trabajo de estudio, esas influencias han quedado mucho más diluidas. En esta ocasión es un poco más complicado encontrar los basamentos con los que construyen su sonido, que siguen siendo los mismos pero menos obvios, lo que constituye un gran paso dado hacia crear los pilares de su propia identidad sonora.
En Moctezuma, dan lugar a simbolismos más espirituales mediante construcciones plagadas de referencias a la cultura mexicana, dejando de lado las letras infantilmente oníricas que inundaban el panorama de sus producciones anteriores. El mismo título de este álbum y su portada son una revelación del homenaje que han creado y de la nueva dirección que han querido tomar. En la música ya no se encuentra la sombría experimentación que por muchos momentos dominaba Atemahawke, o los lugares completamente instrumentales e incisivos que se mostraban en Donde los Ponys Pastan (EP, 2005). Aún así se siente como un álbum del Porter que ya conocíamos.
A través de sólo ocho canciones nos dibujan paisajes de liberación y conquista, en donde predominan los ambientes relajados y la sensación de dicha ufana. En un tono más festivo, Porter cambia sus aromas para convencernos a todos que éste es su triunfal regreso. Música más cálida y pensada. Instrumentación muy digna en donde las guitarras y los sintetizadores son orquestados de forma que se conjugan a la perfección. Una producción de la que cualquiera estaría orgulloso de haber creado.
Sin embargo no se puede decir que Moctezuma está al mismo nivel de Atemahawke. El factor sorpresa con el que contaba a su favor la primera placa de estudio de la banda es fundamental para sentir una predilección por el mismo. Además, esta vez se carece de esa vitalidad que en el primer disco era generada por una muy fluida forma de narrar historias a través de letras que no intentaban demostrar nada, sólo mostrar ideas. No había pretensiones ni intenciones. Su música era simplemente un medio a través del cuál su ser se podía expresar y eso se notaba bastante natural cuando aún Juan Son era el letrista. Ahora se siente un poco más forzadón el asunto pero con mucha más ambición. No se mal entienda, en el resultado final eso no es necesariamente malo, al contrario, en perspectiva salen muy bien parados del siempre extremadamente difícil segundo disco.
El futuro para esta banda vuelve a ser prometedor.
Porter efervescente. Porter promesa. Porter experimental. No se puede dar un adjetivo que resuma lo trascendental e impactante que fue Porter a mitad de la década pasada. Una banda que de un día para otro incrementaba su séquito de fans de forma gigantesca gracias a las letras surrealistas y con significados tan enmarañados con los que la juventud mexicana se sentía profundamente identificada al vivir en un país donde pasan cosas también surrealistas, como el mismo Dalí ya apuntaba. (¿Quién no se puede sentir identificado con la perra soledad?). Una banda que con sólo un sencillo llegó al Vive Latino, y con sólo un álbum de estudio se presentó en Coachella. Una banda que fugazmente desapareció pero gracias a Quetzalcóatl ha vuelto.